Por María Palomares Arenas. Directora Ejecutiva de Calala Fondo de Mujeres

Se pueden decir muchas cosas de la última canción de Shakira, pero aquí nos quedamos con la idea de que «las mujeres ya no lloran, las mujeres facturan». Que deba afirmarse esta obviedad nos dice mucho sobre la extrañeza que todavía genera la relación de las mujeres y el dinero. Mi hija, cuando cantaba la letra, le cuesta identificar lo que decía. Ella cantaba: “las mujeres maduran”… lo de facturar era difícil de entender.

Pues sí, las mujeres facturan y a las mujeres nos gusta el dinero. ¿Y a las organizaciones feministas? ¿También nos gusta el dinero? Esto ya es otra cosa.

Cuando abrimos el fondo de mujeres Calala en España, las primeras respuestas fueron de rechazo. El movimiento feminista no necesita dinero, el activismo no se hace con dinero; el dinero comporta conflictos y corrupción, genera relaciones de poderes y dependencia. Esta idea del activismo como sacrificio, como dedicación desinteresada, como lucha contra el sistema capitalista, y que, por tanto, no necesita capital para llevarse a cabo, no es una idea asentada sólo en el movimiento feminista, creo que, de hecho, otros muchos movimientos sociales defenderían esta postura.

Nos costó construir todo un argumentario para defender que sí, que el activismo necesita también recursos. Que con dinero podemos hacer más cosas, y que sobre todo podemos generar condiciones más saludables y sostenibles para nuestra participación, condiciones que ayudan a no quemar a gente por el camino. Pero sobre todo descubrimos que hay gente que sí necesita recursos para poder contar con el privilegio de liberar horas de su día a día para dedicar a los colectivos y movimientos en los que participan, todo lo que en Calala llamamos “feminismos en los márgenes”: mujeres migradas, trabajadoras del hogar y cuidados, mujeres racializadas, trabajadoras sexuales, nos dijimos que sí a la pregunta de si necesitaban financiación para sus organizaciones.

Desde 2012, en Calala financiamos organizaciones de mujeres y feministas lideradas por estos colectivos, a los que hemos dado más de un millón de euros, y que se les han gastado en pagar sueldos a las mujeres que están peleando con las injusticias del día a día, al pagar transporte y meriendas para facilitar que las mujeres puedan participar en las reuniones, expertas que ayuden a amplificar los discursos y demandas, y al crear comedores, bancos de alimentos y otros productos que necesitaban las mujeres de las sus organizaciones. De la mano de estos grupos hemos aprendido que la forma en la que vemos el activismo desde aquí, aquel que se hace de 5 a 9, una vez sales del trabajo, no es el activismo que puede disfrutar todo el mundo. Hemos aprendido que para poder participar y construir redes y movimientos necesitamos atender también a las necesidades básicas de las mujeres.

Viva el mal, viva el capital

¿Y de dónde sacamos el dinero en Calala, para poder apoyar a las organizaciones feministas? Pues de donde sea posible. Calala cuenta con una estructura de financiación con un 50% de los ingresos provenientes de fuentes públicas y un 50% de fuentes privadas. El dinero público es el que todos y todas estamos acostumbrados a pedir: convocatorias públicas de subvenciones para organizaciones de mujeres, a proyectos de cooperación, a las entidades de acción social. Son recursos relevantes, muy por debajo de los recursos que se distribuyen en forma de pujas y que terminan normalmente en manos del sector privado con ánimo de lucro, pero relevantes. Pero estos recursos son muy rígidos, muy poco imaginativos, no nos dejan hacer lo que nosotras quisiéramos y atender las necesidades reales de las organizaciones que apoyamos: son recursos que debes gastarte normalmente en forma de proyecto y que tienen fuertes limitaciones sobre qué se puede pagar y cómo debe justificarse.

Así que a nosotras nos gusta el dinero que viene del sector privado, de lo que conocemos como filantropía. Son donaciones de fundaciones privadas que nos dan mucha más libertad para actuar y gastar como realmente se necesita. Eso sí, es dinero que proviene de grandes fortunas que se han enriquecido dentro de este sistema capitalista, gracias a la explotación laboral y la acumulación de plusvalía. Vamos, que sí, que son el mal. Aun así, en Calala pensamos que este dinero lo tenemos que gastar nosotras, haciendo que llegue a las organizaciones de base ya los movimientos sociales.

Aquí tenemos un debate importante con el sector de las finanzas éticas y la economía social, que tienen la hipótesis de que con el capitalismo no hacemos nada. Que debemos generar nuestra propia economía con esos recursos que conseguimos sacar del sistema. Es una visión muy valiosa y que dará sus frutos en el largo plazo, pero nosotras pensamos que ahora necesitamos la pasta, y que ésta está acumulada en el sector privado, así que debemos ir allí a buscarla.

Infrafinanciación de los proyectos liderados por mujeres

Y es que los dineros los necesitamos ahora. Queremos dinero por hacer. Y es que los datos dicen que las organizaciones de mujeres son las más infrafinanciadas de las entidades de los sectores sociales, de las Tercer Sector, Economía Social o Cooperación. No falla, siempre estamos en el pegamento del financiamiento.

Según la investigación hecha en 2021 “¿Dónde están los dineros para los derechos de las mujeres?”, a nivel global, del 99% de las donaciones provenientes de fundaciones y de la ayuda para el desarrollo no llega todavía de forma directa a las organizaciones feministas y por los derechos de las mujeres. De acuerdo con nuestros datos, un 55% de los colectivos de mujeres y feministas a los que apoyamos en el Estado español no tiene acceso a otros financiadores. En 2021, un 37% de los grupos tenía un presupuesto de 5.000 euros o menos y un 28% uno de entre 5.000 y 20.000 euros. Solo el 9% de las organizaciones que financiamos contaba con un presupuesto superior a 100.000 euros.

El estudio realizado en 2021, sobre la situación económica de las cooperativas y organizaciones de la economía social lideradas por mujeres, mostró que 41,3% tenía unos ingresos de menos de 20.000 euros, un 20% entre 20.000 y 100.000; un 22% entre 100.000 y 250.000 y sólo un 9% de más de 250.000.

Estamos hablando de organizaciones profesionalizadas, con recursos humanos y una estructura estable, que trabajan tan importante como atención a mujeres que han sufrido violencia, formación y educación, investigación y comunicación, asesoría técnica y tecnológica… Servicios que las administraciones suelen subcontratar y que normalmente se gestionan por grandes empresas del sector de Acción Social que acceden a importantes cantidades de recursos públicos.

El sector de los cuidados y la industria del rescate

A principios de 2022, junto con entidades ecologistas y de finanzas éticas, hicimos un análisis sobre el destino de los fondos europeos que recibiría España en el paquete de ayudas del Next Generation Europe. El gobierno español elaboró ​​un plan con 30 medidas clave destinadas a impulsar sectores económicos ligados a la transición verde y la economía feminista. De estos 30 programas, sólo dos tenían un claro componente de género, el programa destinado a la economía de los cuidados, y el que velaba por un mercado de trabajo más inclusivo. Analizamos en profundidad el componente 22 de economía de los cuidados, y vimos que el 60% de los recursos destinados a implementar este programa iban a parar al sector de la construcción, para generar y mejorar las plazas de las instituciones dedicadas al cuidado de las personas. También vimos que los recursos destinados a las entidades que gestionan estas plazas se quedaban en manos de las grandes empresas del sector de los cuidados, empresas como CLECE de Florentino Pérez, u otras con formato ONG, pero que también forman parte de lo que llamamos a la industria del rescate (1), aquellas entidades que hacen dinero con la pobreza.

¿No sería maravilloso que las mujeres que trabajan en el sector de los cuidados, de la atención a personas en situación de dependencia, como personas mayores, con problemas de salud mental, personas que usan drogas, mujeres que viven violencias, fueran quienes dirijan las empresas que gestionan estos servicios, y las que gestionaran los recursos que se destinan? ¿Podríamos soñar con un sector, el de los cuidados, con trabajo digno, socialmente valorado, con condiciones razonables y bien pagadas?

Por pedir, que no quede. Tenemos el derecho a soñar, y queremos poner las condiciones para que los sueños se hagan realidad, y por eso, sí, necesitamos dinero. Necesitamos dinero, pero también cambiar los esquemas mentales y sociales que afirman que el dinero no es cosa de mujeres, que el trabajo reproductivo no debe pagarse, que los recursos públicos deben gastarse con eficiencia y, por tanto, se deben destinar a las entidades y empresas grandes y consolidadas, normalmente gestionadas por hombres. Así que sí, necesitamos cada vez más mujeres hablando de dinero, decidiendo sobre su dinero y pidiendo el dinero que les corresponde.

*Notas

(1) Término adoptado por Laura Agustín, para resaltar el desarrollo de un sector social y económico que prolifera en proyectos no sólo de carácter caritativo sino gubernamental, policial, médico, psicológico y comercial y que trata con personas en situación de vulnerabilidad.

Este artículo fue publicado por la Realitat de Catalunya el 9 de marzo de 2023.