Reflexiones de Rebecca Lewis, socia de Calala desde 2010

Manuela es una mujer boliviana de unos 56 años. La conocí hace un año en el parque donde paseamos nuestros perros.  Mi “Banjo” y su “Nena” juegan muy bien juntos.  Después de unos meses de vernos media hora por la mañana y otra por la tarde Manuela y yo empezamos a conocernos.

Un viernes hace un mes le veo a Manuela y la Nena.  Está Manuela muy nerviosa y preocupada.  Le pregunto que está pasando y me explica que la anciana y su hijo que la emplean para llevar la casa y cuidarles le han dicho que tiene que despenderse de la perra el lunes como muy tarde.  Hace un año y medio que les pedió permiso de tener un animal de compañía en casa y estaban totalmente de acuerdo.  No había ninguna queja de su parte de la pequeña perrita que hacía compañía a todos.  Y de repente, después de muchos meses de cariño y convivencia, al animalito le echan.

“Pero ¿por qué?” le pregunto.  “Pues, me dicen que la hora al día que empleo para pasear al perro es tiempo que le quito del cuidado de la anciana.  Me dicen que solo puedo estar fuera de casa desde las 5 hasta las 8 de la mañana y tengo que firmar un nuevo contrato que así lo especifica.”  Todo esto me parece tan injusto y tan cruel que me entra una rabia tan fuerte como la tristeza de Manuela que tiene dos días para colocar a su mascota o llevarla a sacrificar.  Está claro que detrás de esta exigencia se esconde otro motivo.  Después de 10 años de servicio esta familia quiere “desprenderse” de Manuela, pero no la quieren pagar una indemnización por despido improcedente.  La quieren incomodar para que se vaya voluntariamente.  Acoso psicológico puro y duro.

Manuela está totalmente de acuerdo con mi análisis.  Es inteligente y ya conoce estas realidades, pero me dice que a su edad será muy difícil recolocarse y aun más si se va sin cobrar nada—necesita vivir, con o sin perro.  Le doy mi teléfono y le digo que no firme nada de momento, que estaré en contacto muy pronto.  Voy corriendo a mi casa a buscar el nuevo Estatuto de los Trabajadores para ver sus derechos y también para buscar recursos de apoyo por Internet.  Encuentro todo, pero muy especialmente la existencia de un grupo (bastante nuevo) que se llama Mujeres Pa’lante, una organización dedicada a defender los derechos de las empleadas del hogar que incluso cuenta con una sección de mujeres bolivianas.  Manuela y yo nos vemos un momento por la tarde y le paso toda la información.  Su alegría y alivio en conocer la existencia de esta organización en Barcelona con su asesoramiento gratuita (legal, psicológico, etc.) eran patentes.  Me prometió establecer el contacto de inmediato.  ¿He podido ayudar? No lo sé seguro porque a Manuela no la he visto, pero hice el esfuerzo de investigar y compartir información valiosa a una buenísima persona que la necesitaba.

La otra noche en una reunión de Calala cuento esta historia.  Resulta que “Mujeres Pa’lante” es una de las organizaciones que recibe apoyo económico de “Calala”!  Vamos completando ese gran círculo sin darnos cuenta y nuestro “activismo” es lo que siempre nos conectará.  A Manuela la veré; de esto estoy absolutamente segura.  Y la veré mejor y bien apoyada por las que reconocen su valor y sus méritos.  De eso se trata.